En la vida universitaria se lidia con múltiples emociones. Reconocer cómo funcionan nuestras emociones es clave para gestionar el estrés, fortalecer las relaciones y, no menos importante, cuidar nuestra salud mental.
Las emociones básicas: la raíz de lo humano
El psicólogo Paul Ekman identificó un conjunto de emociones básicas universales, presentes en todas las culturas y reconocibles incluso por bebés. Estas son:
- Alegría: impulsa la conexión social, refuerza la motivación y nos ayuda a disfrutar de los logros.
- Tristeza: favorece la introspección y permite procesar pérdidas; nos invita a buscar apoyo.
- Miedo: activa la alerta y prepara al cuerpo para reaccionar ante peligros reales o percibidos.
- Ira: surge cuando sentimos injusticia o amenaza, y nos da energía para defendernos o cambiar algo.
- Sorpresa: abre la puerta a la curiosidad y a la adaptación ante lo inesperado.
- Asco: nos protege de lo que puede ser dañino, desde alimentos en mal estado hasta actitudes que rechazamos.
Estas emociones son automáticas, rápidas y esenciales para la supervivencia. Funcionan como un sistema de alarma y de orientación, que nos recuerda que somos seres profundamente humanos.
Las emociones secundarias: el reflejo de nuestra historia personal
Con el desarrollo social y cognitivo aparecen las emociones secundarias. Estas son más complejas, porque requieren conciencia de uno mismo y del entorno cultural. Algunos ejemplos son:
- Vergüenza: aparece cuando sentimos que no cumplimos expectativas propias o ajenas.
- Culpa: ligada a nuestras acciones y al impacto que tienen en los demás.
- Orgullo: nace de logros personales y fortalece la autoestima.
- Celos: combinan miedo a perder algo valioso y comparación con otros.
- Gratitud: favorece el vínculo con quienes nos rodean y amplifica el bienestar.
A diferencia de las básicas, estas emociones no se disparan de inmediato: requieren interpretación, memoria y valoración de lo que ocurre. Por eso están estrechamente ligadas a nuestra identidad, cultura y experiencias.
¿Por qué importa diferenciarlas en la universidad?
En la vida académica, muchas veces confundimos una emoción básica con una secundaria. Un ejemplo claro: sentir miedo antes de un examen puede protegernos al motivarnos a estudiar, pero cuando se mezcla con vergüenza o culpa, puede convertirse en ansiedad paralizante.
Aprender a identificar qué emoción sentimos y por qué es un primer paso para regularlas. Esto no significa reprimirlas, sino darles un lugar. La tristeza puede enseñarnos a pausar; la ira puede transformarse en acción; la gratitud puede ser un antídoto contra el agotamiento.
Las emociones básicas son universales e inmediatas; las secundarias son aprendidas, moldeadas por cultura y experiencia. Ambas nos ofrecen información valiosa sobre nosotras mismas y nuestro entorno. En la universidad —ese laboratorio de vida adulta— reconocerlas puede marcar la diferencia entre dejarnos arrastrar por la tormenta o usar las emociones como brújula.
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Entender nuestras emociones: una brújula para la vida universitaria, es un artículo de la residencia universitaria Riquelme de Pamplona